martes, 17 de noviembre de 2009

4 DIAS, 3 NOCHES Y 1 MILLON DE DOLARES

El tiempo que pasé junto al mejor jugador de póker del mundo, Phil Ivey
Por Chad Millman ESPN The Magazine

1º PARTE

Este artículo salió publicado en la edición del 2 de noviembre de ESPN The Magazine.
Phil Ivey es el mejor jugador del mundo. Esto es un hecho, indiscutido por cualquiera que pudiese ser el mejor si no fuera por la existencia de Ivey. Y los jugadores de póker -al menos los mejor- consideran que su éxito tiene que ver con su habilidad para vivir el momento.
¿Cuál es la movida que la situación demanda? Call. Check. Raise. Fold. La mejor jugada en el póker es la mejor jugada para uno mismo, y cada decisión revela una verdad sobre el jugador que la realiza. "Esa es la razón por la que éste es el mejor juego de todos", dice Ivey.
"Cada día que juego, aprendo algo -sobre el juego y sobre mí".
Considerando que los jugadores de póker viven el momento y teniendo en cuenta que, a los 32 años, Ivey es el mejor del mundo, el siguiente enunciado también tendría que ser cierto: Phil Ivey es el mejor viviendo el momento.
Y me decidí a probarlo.
The Mag me pidió que investigara la vida de Ivey de cara a la mesa final de la Serie Mundial de Póker, que comienza el 7 de noviembre.

Y el martes 8 de septiembre a las 17:00, recibí una llamada del mánager de Phil, Chris "Gotti" Lorenzo, más conocido por ser el co-fundador junto a su hermano Irv, de la discográfica de hip-hop, The Inc. "Mañana, Phil va a viajar en su jet desde Los Angeles hasta Connecticut, luego a Montreal y Austria, para jugar un poco", me dijo Lorenzo. "Pásame tu número de pasaporte si puedes venir".
Y se lo pasé.

9 de septiembre, 20:35, Grand Pequot Tower en el Foxwoods Casino, Connecticut.
Si, Phil Ivey es un jugador profesional de póker, pero catalogarlo así limita el alcance de su juego. Es como decir que Jay-Z es solamente un rapero. Ivey es un jugador completo, un hombre con la necesidad y el nervio para gastar obscenas cantidades de dinero en póker, deportes colegiales, dados o su propia partida de golf. El tipo de muchacho cuya reputación lo persigue a cada lado que va.

"¿Quién quiere que su hijo sea un apostador?", dice la mamá de Ivey, Pamela. "Sólo pecados pueden surgir viviendo tu vida en un casino".
En cuanto se enteró que Ivey estaba encaminado por este rumbo, Allen Samuels, un ejecutivo de Foxwoods cuyo empleo es mantener contento a las "ballenas", se puso a preparar la Grand Pequot Mashantucket Suite de dos pisos. Un mayordomo trajo una langosta y la sirvió en un bandeja de plata junto a un racimo de uvas. El hogar fue encendido. Llegaron suficientes flores para llenar la habitación. "No se puede pagar para alojarte aquí", explicó Samuels. "Está reservada para nuestros clientes mas especiales".
Como Ivey. A las 8:35, la limosina provista por Foxwoods llega al hotel. Tres maleteros, un mayordomo y Samuels están parados en la entrada con sonrisas en sus caras. Pronto sabremos que esto sucede a menudo cuando Ivey llega a un casino. Samuels saluda y dice, "Tenemos un lugar listo". "Vamos", dice Ivey.
No vino aquí para jugar póker. Este es el comienzo de lo que Lorenzo llama un tour de "craps", dados. Los High Rollers no apuestan en el piso principal del casino. Lo hacen en salones privados, lejos de los jugadores comunes. Entonces Ivey se dirige al ascensor. Mide casi 1.90 metros y se mueve lentamente, con desgano. En su suite especial, una mesa de dados está acompañada de un pagador que controla los dados, dos dialers que manejan las fichas y un supervisor. Sigo a Ivey, junto a Lorenzo y dos productores televisivos de E:60. "¿Alguien quiere vino?", pregunta Ivey. Entonces gira hacia donde se encuentra el mayordomo y le pide con una sonrisa, "Trae la mejor botella de la casa".

Art Streiber Donde quiera que vaya, Ivey cuenta con su mánager, Lorenzo (a la derecha), y su grupo de amigos.
El cuarto se aquieta. Ivey toma los dados y los lanza hacia arriba, en un arco iris. Luego caen a la mesa. El juego ha comenzado.

Así es como se ven estas escenas en las películas: un caballero elegante de traje se reclina sobre la punta de la mesa, las fichas se apilan cada vez más alto, brillan las mujeres glamorosas, los curiosos gritan y los tragos se derraman en la alfombra del casino. La excitación es palpable.
Pero así son las cosas en la vida real: silencio, como si el juego se llevara a cabo en una biblioteca. Los dados caen suavemente sobre el paño, el pagador anuncia el resultado y todos se mantienen muy quietos. "Esto es serio", había advertido Lorenzo antes. "Es dinero real".
Si, si lo es. Ivey lanza un seis y pone 50 mil dólares al seis. Tira un nueve y le pone otros 40 mil al nueve. Entonces lanza un siete y las fichas desaparecen. Lorenzo toma su turno. Lanza un nueve. Ivey pone 40 mil a ese número. Un cuatro: 30 mil al cuatro. Un seis: 50 mil al seis. Nueve. Ivey cobra. Cuatro. Ivey cobra. Siete. Las fichas desaparecen. Y así sigue la acción. Gana, gana, pierde.
La pila de Ivey crece lentamente, pero gane o pierda, su expresión permanece inmóvil, una versión más cálida de una animación suspendida en el tiempo. Lejos de las mesas, su tono habitual es el sarcasmo, seguido de una rápida sonrisa para hacerte saber que está bromeando. Le gusta bromear con sus amigos. Le gusta que le hagan bromas. Pero su cara a la hora de jugar no invita hacer ningún análisis. Sigue tu camino, dice. No hay nada que ver aquí. Una virtud provechosa para un jugador de póker.
A los dados, sin embargo, no es tan fácil hacerles trabajo psicológico. Luego de 25 minutos, Ivey tira otro siete y pierde. "Eso es todo", dice. "Vamos". Son las 9:05. Ivey ha ganado $185 mil dólares. Cuando se está retirando, el mayordomo finalmente regresa con el vino, un Chateau Latour de 1986. Precio: 2.100 dólares. Lo llevamos para el camino.

9 de septiembre, 23:45 p.m., Aeropuerto Groton-New London, Groton, Connecticut.
Aparentemente, volar desde Las Vegas a Los Angeles y a Connecticut en un período de 36 horas antes de entregar un plan de vuelo levantó ciertas banderas rojas en Canadá. Razón por la cual, en el momento, en lugar de estar volando hacia Montreal, estamos en tierra. Nuestras valijas están siendo revisadas, y nos están interrogando en el hangar. Mientras un agente aduanero revisa mi cepillo dental, escucho a otro que le pregunta a Ivey, "¿Has ido alguna vez a Marruecos?".

"¿Eh?", pregunta Ivey.
El póker ha llevado a Ivey a lugares donde ni siquiera soñaba ir durante su infancia en el norte de New Jersey. Su abuelo Bud, quien vivía en la misma casa, le enseñó a jugar. "Le rogaba", dice Ivey. "Me hacía trampa para ganarme porque no quería alentarme a jugar".
Ivey era tan competitivo que se ponía loco cuando sus amigos lo derrotaban jugando potes por centavos. Poco después de egresar de la preparatoria, les dijo a sus padres -mamá Pamela, quien trabajaba en una aseguradora y ahora vive en Vegas; y papá Phil Sr., un obrero que falleció en 2005- que quería ser jugador de póker profesional. Naturalmente, quedaron pálidos. "¿Quién quiere que su hijo sea un apostador?", dice su madre. "Sólo el pecado puede surgir de una vida dentro del casino".
Sus padres veían un gran potencial para perder donde él veía la oportunidad. Y por un tiempo, tuvieron razón. A los 19, Ivey se fue a vivir sólo y comenzó a trabajar como telemarketer. Cada fin de semana, con una identificación falsa de nombre "Jerome", tomaba un ómnibus que en dos horas lo dejaba en Atlantic City, donde gastaba todo su salario en las mesas de póker del Tropicana. Pasaba tanto tiempo en el Trop -18 horas por día- que los dialers comenzaron a llamarlo No Home Jerome (Jerome Sin Hogar). Cuando quebraba y se perdía el último bus a casa, dormía en la vereda. Ese era el ciclo que a sus padres les preocupaba, derrotado y perdido. Para ellos, el juego nunca iba a llevar a Ivey a donde está ahora: en un pequeño aeropuerto esperando que lo dejen volver a despegar.
El mánager del aeropuerto se acerca, llevando en sus manos una revista de póker con Ivey en la portada. "Supongo que no te conocen", dice. "¿Te molestaría firmar?", Ivey alegremente toma una birome y firma. Y dos horas después, cuando nuestro avión es finalmente liberado, saca 1000 dólares de su bolsillo, se los entrega a Lorenzo y dice, "¿Puedes darle esto al mánager? Me siento mal por haberlos mantenido despiertos hasta tan tarde".
Phil Ivey sabe lo que es trabajar.